"Las Reputaciones" y sobre el Aguijón forrado de miel

“Las Reputaciones” fue publicado por primera vez en 2013. Pronto la crítica comenzó a elogiar el trabajo del bogotano egresado de la Universidad del Rosario, Juan Gabriel Vásquez.
“Javier Mallarino es una leyenda viva”, y el personaje principal de esta novela que contempla la complejidad de la memoria desde el trabajo de un caricaturista de oficio que después de una vida de hacerse un nombre, de llegar a la cima, convirtiéndose en la voz de la sociedad con sus dibujos, se ve forzado por una inesperada visita a recordar un episodio de su vida que había enterrado muchos años atrás.
Para Mallarino es imposible visitar el centro de la ciudad sin pensar en Rendón, (en especial el Parque Santander) y se sorprende al pensar cómo el nombre del que, en su opinión, es el más grande caricaturista de la historia de Colombia, se ha borrado de la memoria de las personas, mientras que el suyo, Javier Mallarino, evoca la imagen de sus cuidados trazos impresos en las páginas de los periódicos.
“Es muy pobre que la memoria sólo funcione hacia atrás”.
Mallarino es el hombre detrás del papel, del otro lado de la mancha de tinta que toma la forma de sátira de la realidad del país público, por lo que la condecoración que quiere otorgársele en el Teatro Colón lo hace sentirse sumamente incómodo.
Mientras tanto, permite que sus alucinaciones se vuelvan más vívidas, y que ya Rendón no sea sólo una silueta que se pierde entre la multitud, sino el artista que se codeaba con los grandes de principio de siglo, León de Greiff, por ejemplo, en el café El Automático.
Un fortuito encuentro con su ex mujer despierta en el protagonista un montón de recuerdos que se concatenan como una película, yendo desde su matrimonio con Magdalena, pasando por el inicio de su carrera, los ires y venires del oficio, los sobresaltos ocasionados por la presión de los editores, y el conseguir un trabajo fijo (eso sí, sin estar incluido en la nómina) en el periódico El Independiente.
Una criatura de hábitos, Mallarino iba todos los martes al edificio de Avianca para recoger su correo, pasando por la Biblioteca Nacional, sin mayor novedad que encontrar en su caja revistas editadas en el Primer Mundo, hasta que un día recibió su primera amenaza. “Ya estás donde tenías que estar. –le dice su esposa – En este país uno sólo es alguien cuando alguien más quiere hacerle daño”. (Vásquez, 2013. Pp. 36)
De vuelta en el presente, Mallarino oye como en medio de un sueño a la ministra de cultura dar un discurso sobre la importancia que su trabajo ha tenido para el país “De alguna manera, ser caricaturizado por Javier Mallarino es tener vida política. El político que desaparece de sus dibujos deja de existir”. (Vásquez, 2015. Pp. 38)
Pero el político que aparece en ellos puede, y en la mayoría de casos debe, tener mucho que explicar. La pluma de Mallarino tuvo y tiene en la novela de Vásquez el poder de construir y destruir reputaciones.
Y es eso precisamente lo que Samanta Leal le hace ver al aparecerse en el Teatro Colón haciéndose pasar por una periodista interesada en su vida y obra. En realidad, cuando Samanta Leal era una niña, fue víctima de una víctima de la pluma de Mallarino.
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“El olvido era lo único democrático en Colombia los cubría a todos, a los buenos, a los malos, a los asesinos y a los héroes, como la nieve en el cuento de Joyce, cayendo sobre todos por igual. (…) También a Ricardo Rendón lo habían olvidado.”
Una de sus caricaturas, -nada raro- había ofendido sensibilidades, en esta ocasión de un congresista conservador llamado Adolfo Cuéllar que se apareció en su casa un domingo, interrumpiendo una reunión social, para suplicarle, rogarle, casi de rodillas que dejara de caricaturizarlo, porque más allá de arruinar su carrera, estaba arruinando su vida y la de su familia.Los ruegos de Cuéllar, lejos de ablandar a Mallarino, lo pusieron a la defensiva, le causaron repulsión, pero a pesar de eso despidió al congresista cortésmente. Lo que ni él ni ninguno de los invitados notó fue que el hombre no se marchó, sino que aprovechando que la hija de Mallarino, Beatriz, y su amiga Samanta estaban inconscientes a causa de una borrachera inocente, se coló en la habitación en la que descansaban con la única intención de abusar de ellas.
Sólo llegó a tocar a Samanta, y así se lo cuenta el caricaturista, cuando ella lo visita en su casa a las afueras de Bogotá. Por ser tan joven y bajo los efectos del alcohol, la mujer no lograba recordar nada de aquella noche, y es en busca de respuestas que acudió a Mallarino.Este incidente lo llevó a dibujar una caricatura que hacía clara alusión a lo que Cuéllar había hecho, y que, tras varios incidentes a los que la prensa empezó a prestar más atención de la que por lo general prestaría, ocasionó la renuncia del congresista. Mallarino puso al conservador bajo el reflector, y la opinión pública se encargó del resto.
Adolfo Cuéllar se suicidó después de que su mundo se desmoronó por los trazos de Mallarino. Una bala de tinta atravesó la imagen del ilustre congresista, convirtiéndolo en un presunto pedófilo cuya retira no hizo sino confirmar las sospechas de las personas que vieron la caricatura titulada “El congresista Adolfo Cuéllar: -Dejad que las niñas se acerquen a mi”. (Vásquez, 2013. Pp. 84)
Él no lo admitiría así, pues en palabras del mismo personaje, “ninguna caricatura sería capaz de hacer algo así” (Vásquez, 2015. Pp. 98).
“El olvido era lo único democrático en Colombia –reflexiona Vásquez en voz de Mallarino-: los cubría a todos, a los buenos, a los malos, a los asesinos y a los héroes, como la nieve en el cuento de Joyce, cayendo sobre todos por igual. (…) También a Ricardo Rendón lo habían olvidado.”